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lunes, 25 de febrero de 2013

En la tierra de Alejandro, Díaz-Canel no podrá probar que ve de los dos ojos



A Miguel Díaz-Canel no lo han nombrado vicepresidente primero del gobierno cubano, más bien, lo han colocado en el portón de la ordalía para que los vasallos se entretengan con el espectáculo, los cronistas tengan tiempo de describir la entereza y gallardía del nuevo héroe, los especialistas fundamentar sus teorías y los discipulos de Casandra pronosticar el porvenir, mientras los verdaderos príncipes empolvan sus pelucas y retocan sus maquillajes.

Durante cinco años, el nuevo aspirante a una silla en la mesa redonda, tendrá que atravesar entre puñales, sables, tierras movedizas, ciénagas plagadas de alimañas voraces y venenosas, explosiones, conjuras y celadas. Dudo que salga indemne, como aquellos caballeros de la Edad Media, de la tenebrosa prueba de habilidades y valentía. Dos binomios castro, apoyados por secuaces expertos, serán los encargados de hacerle peligrosa y extenuante la travesía.

El primer binomio, formado por Fidel y Raúl, se encargará de recordarle, a tridentazos fieros, que ellos son la verdadera estirpe llamada a liderar porque son los fundadores y que, como hizo el primero con el segundo, tienen la prerrogativa de dirigir “las mieles” y “los truenos”, al menos en la corta vida que les queda. A cada paso le harán meditar al Lancelote de turno sobre la suerte de Roberto Robaina, Carlos Lage, Felipe Pérez Roque y otros tantos delfinitos de dedo, para que no olvide que la sucesión es sanguínea.

Más adelante, ya con las ropas en jirones, las manos llagadas y el torso cundido de heridas y cardenales, tropezará con el segundo binomio, formado por Mariela y Alejandro, la supuesta civilista y el evidente gorila, preparados de antemano para una democracia muy de nieves rusas en el tórrido caribe. Será como encontrase con Circe y Polifemo a la vez. La maga se encargará de convertir a sus seguidores en cerdos y el cíclope de un solo ojo colocará un enrome tanque de guerra a la salida de la caverna. Díaz-Canel habrá entonces de aceptar el eterno papel de segundón, reservado para los leales a toda prueba, como ha sido la tradición, o desaparecer tragado por la familia real.

Aún la biología no ha dicho la última palabra ni la Constitución se cambiará a las volandas. La ordalía de Díaz-Canel puede durar cinco años o una de las lanzas puede atravesarlo en el camino, a menos que los vasallos se lancen al ruedo y destruyan la maquinaria atroz.

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